Cuando era súper joven y súper
bella, tenía nula confianza en mí.
Ahora, con casi cuarenta y una
belleza que no me envidia ni mi vecina setenteañera,
trato de ir abriéndome paso en la vida como se lo abre la típica compradora novata
en una barata de Liverpool: a madrazo limpio.
Y me siento contenta de ser quien
soy, neta. Me gusta la sensación de poder decir esto y aquello y de pedir y
compartir cosas que en 1996 ni siquiera imaginaba.
Y entonces ¿por qué de repente una
se siente insegura y vulnerable?
Porque alguien ajeno a tu
ecosistema llega y te cimbra. Te cuestiona y replantea tu existencia entera. Y
no me refiero a mis marmotitas preciosas, las cuales a decir verdad se
encuentran más allá del bien y del mal (no, ¡pobres!, qué friega cargar con el
estigma de “vine a cambiar la vida de mamá”. CERO). Me refiero al tipo de
persona a la que le respondes los mensajes en medio de la película más chida
jamás vista por ti hasta hoy (porque te
la has pasado entre “Peppa Pig, el musical” y “Peppa Pig, una aventura en la
Bolsa de Valores”, también “…el musical”) y no te importa.
La que te hace ir a trabajar en vivo al día
siguiente, después de una noche de mensajear y tontear y reír y bobear como
cuando era 1996 y el “inútil bueno para nada” en turno te hablaba a tu casa
desde un teléfono público de tarjeta para decirte que sin ti, la sopa de fideo
es todo menos sopa y que porfa, no cambies, bebé.
¡Qué bonito, oigans!
El problema es que neta, neta… ya
perdiste la práctica.
Y te quieres comer todo de un
bocado (aunque técnicamente ya lo hiciste) y ahora no sabes cómo meter reversa
para unir los puntos de algo que tenías estructurado y simplemente ya no está,
dejándote más fría que un pingüino en Cuernavaca porque, ¡oye! … es 2018 y
pasaste 11 años en la banca y juras que tus tips para ligar extraídos de tus “15
a 20” aún están en onda y que está padre escribir cartas kilométricas hablando
de tus sentimientos, esperar una larga llamada para comentar el punto o
simplemente no sabes si tienes “permiso” para salir con alguien más porque no
se habló de una exclusiva y más que nada, porque aunque eres una fregona para
los contratos, los del amor y relaciones personales nunca te han salido tan
buenos y terminas pagando las cláusulas de salida más caras de todo tu historial
amoroso.
Yo lo único que sé es que más
allá de aterrarme por salir herida, mostrarme vulnerable, romper esquemas o
terminar haciendo el ridículo al ponerme intensa, me da miedo quedarme en el
limbo sin respuestas, en completo silencio y sin haber aprendido la lección… y
luego terminar herida, expuesta, con los esquemas rotos, haciendo el ridículo
por ponerme intensa ante una situación que, piedad, no tengo ni idea de cómo
abordar.
Seguiremos informando…