Déjenme les confieso (¡pero
déjenme, chingau!) que hace casi un año, cuando retorné a la casa paterna y
puse de cabeza el mundo de mis hijos, intenté comenzar un absurdo proyecto
llamado “Bullet Journal”. Y digo “absurdo” porque en realidad soy una persona
súper desorganizada que intenta parecer lo contrario mediante mil malabareables
post –its dejados por todos lados, únicamente para crearme ansiedad por no
cumplir con mis metas.
Pero bueno, dentro de todo ese
rollo craftybulletjournaletteroso en el que me metí, hubo algo que sí pude
descubrir sobre mí. Una especie de hechizante dualidad (y no, no me refiero a
encontrar sexy a Scarlett Johansson, querido pervertido) que al parecer enmarca
a la perfección el cambio que a la fecha estoy viviendo…
Resultase ser que amo a dos
Elenas y las dos Elenas son a la vez ángel y demonio, presente y pasado, antes
y después…
Cuando en tercero de secundaria
descubrí que a Poniatowska le iba a dedicar mi juventud en tratar de emular un
poco de su prosa; sin querer (ella) se adentró en mi almita adolescente tocando
puntos que me hicieron ser parte de quien soy ahora: chispeante, alegre, saltarina,
inocente y un poco ingenua. Había sopa de haba mezclada con arreglos florales,
faldas amplias de corte largo y el cabello largo y sedoso como una virgen. De
hacer el amor solo se pensaba que era entre encajes y algodones y un ligero
rubor de betabel. Y entonces “La Flor de Liz” y “De noche vienes” y “Luz y
luna: las lunitas” y con la inocencia del primer amor desesperado, te amo;
conciertos en CU… la delicia.
Pasó el tiempo… la vida fue
haciendo su obra en mí y yo en ella.
Pero entonces llegó “la otra
Elena”, hechicera herida por la desgracia, quien arrojó sus maldiciones en mi
corazón todavía pueril haciéndolo –literal- añicos…
De Elena Garro aprendí a
comprender la sensualidad con una mezcla de venganza y sangre.
Las tardes que viví a su lado
dieron voz y forma a mi duelo. Fue la fuerza necesaria para sacarme de mi
sorpresa, del shock.
Me obligó a “enmujerarme” (cualquier cosa que
eso signifique… sip, también eso), me volvió sombría, más sarcástica, más ávida
de conocimiento personal sin el toque rosa con el que me había asomado a la
vida en un principio.
Y lloraba, pero no por los
adioses.
Lloraba de miedo cada vez que
descubría algo nuevo en mi ser. Tantas formas de ser yo, tantos matices que
existían en mí y todos eran encantadores y peligroso, pero no podía abrazarlos
todos porque no encajaban con esos algodones y lazos con los que fui tejiendo
una red segura que al final no logró contener mi ranazo.
Y así como de niña se me cruzaban
los cables cada vez que algo me impresionaba, así tal cual se me cruzaron con
la literatura de Elena Garro… nunca hubo tardes más deliciosas, dramáticas,
escandalosas y atrevidas que las que viví gracias a su influencia. Parecía que me poseía y me martirizaba a su
antojo cuando me ponía en esas encrucijadas que de por sí ya me había puesto la
vida. Me atenazaba para destruir mi tranquilidad de pequeñoburguesa, de “niña –no tan- bien”.
Era como si me retara diciéndome “no
te atreves a llegar a donde yo” y en serio, no me atrevía. Jamás hubiera podido
robarle el dinero a un hombre o tratar de desprestigiar hasta la náusea a mi ex
marido.
Pero me dejaba desorientada,
deprimida y catatónica.
Volví a fumar… volví a seducir sin
desearlo, sin quererlo realmente; solo por el puro placer de escuchar mis pasos
alejándose en la calle y una carcajada estruendosa en mi mente, que ya para ese
momento era un callejón oscuro y silencioso.
¿Ya ven por qué dejé de escribir?
Con una Elena aprendí a dar
brincos alrededor de la vida; con la otra aprendí a descender al infierno.
Hasta que alguien consiguió darme
una buena bofetada de cordura y volví al redil, no mansa pero sí tranquila. No
belicosa ni sanguinaria, simplemente en paz.
Han vuelto las risas, han vuelto
los rubores de betabel pero también las tardes ambarinas y lejanas…
Creo que he vuelto un poquito.
Ya hasta canto sin pena “…¡pon…tus
manos otra vez…entre las mías! ¡Ven…y dime que me aaaaamas!”
¡Jajaja, oso miiiiiil!