Es 23 de diciembre y estoy despierta a esta hora porque estoy subiendo facturas de limpieza de trampas de grasa de los once restaurantes a los que administro la legalidad.
Las estoy subiendo a esta hora porque acabamos de terminar de poner el árbol de navidad.
Lo hicimos hasta este día porque no tuve tiempo en todo diciembre, estuve tomando cursos de Escuela para Padres y trabajando hasta tarde.
Trabajo mucho más ahora que Alo va a un colegio cercano a casa. El mismo en el que su hermano fue.
Efectivamente, la cambié de Polanco -a donde la llevé diariamente durante tres años, cruzando la ciudad dos veces al día- y ahora duerme un poco más.
Contrario al Matius, que ya tiene una pata en la Universidad...
¿En qué momento la vida se fue como hilo de media? No lo sé. Lo que sí me consta es que me costó mucho trabajo llegar a éste momento de silencio en casa, con la gata dormida sobre alguno de los niños que viven aquí, mientras escucho sus respiraciones acompasadas y las ilusiones Santacloseriles de la ratita menor llenándose de brillitos y maripositas en la panza.
Se que falta una semana pero no puedo dejar de pensar en que el año se está terminando y yo me siento como protagonista de película navideña de Hallmark, escribiendo sentada frente a mi lap, con una taza de chocolate caliente (yo, que soy intolerante a la lactosa, puajjj), las luces de colores del árbol de navidad y mi mente y corazón en orden.
En orden, sí.
Me siento maravillada de sentir paz y un poquito de esperanza por lo que viene llegando a la plataforma 9 3/4 de mi King's Cross personal.
Y bueno, amores, el reloj hace clak, clak, clak y los cascabeles comienzan a escucharse a lo lejos.
Debo estar alucinando por tanta cocoa, pero sí quisiera desearles una Nochebuena bien espumosa, fría y deliciosa.
Ya después nos deseamos... Feliz navidad!