Tengo tres meses sin venir a escribir y cada día de ese tiempo sentí la necesidad imperiosa de hacerlo.
Así que diario prendía mi lap y abría ésta página para poder expulsar lo mal que me sentía, lo perdida, asustada, enojada que estaba. Tal vez buscando consuelo, tal vez buscando comprensión o amor o una mano que me dejara saber que no estaba transitando sola por ese paraje agreste en el que se estaba convirtiendo mi vida.
Tuve mucha ira, mucha impotencia y me sentí tan herida en mi ser, tan castigada, tan apuñalada como una cierva vulnerada, como la mamá de Bambi en medio del bosque, sola y viendo en los ojos de mis crías el incendio que nos estaba acechando y que, si no me movía pronto (aún con las heridas), a los tres nos iba a devorar.
Y pausé todo lo que estaba sucediendo bonito en mi interior; frené a la impetuosa y apasionada mujer que soy y le di entrada a la sobriedad. Me fijé en el espejo y vi que no había espacio para vanidades, para devaneos ni excentricidades o como se le llame a la vida privada de las mamás, aquella donde una va a un bar a beber con desconocidos y mostrarles la lencería, donde se ríe a carcajadas y nos largamos al primer desazón, completamente curadas y sin culpa. En algún punto sentí que la máxima deidad existente castigaba mi soberbia, mi belleza, mi deseo y mi libertad echándome nuevamente las cadenas de una maternidad martirizante. Dios mío -pensaba- yo creía que estaba encauzando a mis hijos y que bien podía tener un año (wow, qué ingenua) tranquila. El maternar a diario, sin parar, sin quejarse, siendo en verdad una super mamá lo vi como el medio para poder quitar el foco un momento y dedicar esas horas a mí, a estudiar el diplomado con el que avanzaría en mi carrera, con el que podría ganar más estatus, poder de decisión, dinero y satisfacción personal. Pero no contaba con que nada de eso sería posible porque... bueno, es algo complicado escribirlo.
La pequeña ratita no había dado muestras de tener ningún issue con la vida. Estaba genuinamente contenida, mimada, cuidada y sobrematernada, lo mismo que el adolescente. Sin embargo, en algún momento tuvo una combinación fatal de estímulos y dentro de su psique se desató una tormenta de la que todos hemos salido empapados y yo me he tenido que hacer cargo de contener y calmar.
Una noche -la noche en la que comenzaría mi primera clase- sintió que no podía respirar, que estaba al borde de la muerte y que necesitaba con urgencia que la llevara al hospital.
Me enojé hasta lo indecible por el tino con el que se le presentó la primera crisis de ansiedad. Tenía tantas ganas de empezar algo para mí después de tanto tiempo, que no podía creer lo que estaba sucediendo. Sí pensé que bromeaba, sí pensé que exageraba, que era egoísta, ruin y malvada por aferrarse a la teta de su mamá y no dejarla realizarse. Desconecté mi cámara y mandé el mensaje de que me tenía que ausentar... chingao, de por sí no me gusta la materia laboral y cuando al fin decidí hacer algo al respecto, el llamado de la naturaleza me puso en camino de Urgencias... otra vez.
No les voy a hacer el cuento largo: han sido tres meses de diario y a cada momento contenerle sus brotes de miedo y angustia. Sus miedos son a morir ahogada, dormida, de cáncer o por disparo de arma de fuego y que su mamá muera y la deje sola y ella tenga que morir para poder acompañarla en la otra vida. Me parte el corazón solo de escribirlo, a veces no veo lo fuerte que son estos pensamientos porque es uno tras otro, tras otro, tras otro. Es pedirle que respire, que pare, que llore, que me abrace y que tenga confianza en las circunstancias de su cuidado.
Cuando llegamos a esos momentos, todo lo que se construyó durante el día, los juegos, mimos, dibujos se diluyen y se van por la coladera. No queda nada a lo que aferrarse, salvo el tacto de un animalito de peluche, el maullido lejano de su gata o el enfado mal disimulado de su mamá. Porque aquí no nos venimos a mentir, estoy agotadísima. Y no lo voy a negar: mi ánimo, mis planes a futuro o lo que sea que signifique el progreso, lo veo lejanísimo. No hay recurso que alcance, no hay tiempo de generar más recurso porque no puedo dejar a minor rat sola durante mucho tiempo o colapsa.
¿Qué sí hay? well... una mamá que tiene mucho enojo, dolor, a veces tiene sentimiento de soledad por vivir algo tan íntimo y que no quepa nadie más para asistir a la crisis. Hay una mamá cansada mentalmente, desilusionada de la vida, desencantada de lo que pudo ser y no fue, angustiada y permanentemente perpleja.
También está la mamá que de repente se le ocurren ideas buenísimas para sacar adelante a minor rat, como el inscribirla a los scouts, que goza viendola correr con su pelo suelto al aire, en su uniforme verde y azul y recordando cuando la ratita adolescente también asistía a los scouts.
Nadie dijo que vivir fuera fácil, consciente estoy que hay muchas familias con circunstancias super diversas y estresantes. No me siento especial, ni única ni detergente.
Solo sé ser yo, la mujer que se quiebra ante el dolor de sus cervatillos heridos y asustados, ante el fuego que los amenaza y la que les busca refugio seguro para que puedan seguir creciendo en salud física y emocional.
A veces se siente como si no hubiera nada más.